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NACIONAL

Revista Morena

 

Economía y Dictadura

  

La faz económica del Terrorismo de Estado

Por Tomás López Mateo

 

El domingo de Pascua último, la agencia de noticias del Estado Télam publicó en su portal web que ya contabilizaban dieciséis los procesos judiciales que se desarrollan a causa de los delitos de lesa humanidad cometidos durante la última dictadura cívico-militar. Estos son llevados a cabo en la Capital Federal y en las provincias de Buenos Aires, Córdoba, Tucumán, Jujuy, Neuquén, La Rioja, San Luis, Santa Fe, Mendoza, Salta y Entre Ríos.

 

Uno de los que atrae más nuestra atención dada su cercanía, comenzó el 26 de marzo pasado, en el Tribunal Oral Federal 5 de San Martín, y dio inicio al juicio por delitos cometidos en el centro clandestino de detención conocido como “Mansión Seré”, del partido de Morón, y en otros lugares que integraron el circuito represivo de la zona oeste del conurbano bonaerense.

 

La dictadura que comenzó aquel nefasto 24 de marzo de 1976 y que hoy finalmente está siendo puesta en el banquillo de los acusados, fue la noche más oscura de nuestra historia ya que significó la sistematización de las violaciones a los derechos humanos bajo la poderosa maquinaria del terrorismo de Estado. La desaparición de 30 mil personas, la detención forzosa de otras tantas, los cientos de exiliados, el robo de bebés, las suspensiones y violaciones a los derechos constitucionales de todos los ciudadanos argentinos, más el derrocamiento de un gobierno democrático del cual las mismas Fuerzas Armadas eran parte, dan cuenta de la tragedia que ocasionó el autodenominado Proceso de Reorganización Nacional durante los siete años que gobernó nuestro país.

 

Sin embargo, todavía persisten algunas consecuencias sociales derivadas de las decisiones de la dictadura que desgraciadamente no son tan conocidas ni difundidas como las anteriores. Ya en 1977, en su Carta Abierta, Rodolfo Walsh explicó certeramente la relación existente entre el terrorismo de Estado y las decisiones económicas tomadas por la Junta Militar y sus funcionarios. Es así como con gran lucidez sostuvo que las acciones represivas contra los cuerpos de los desaparecidos y los asesinatos ocasionados por la dictadura “no son (...) los que mayores sufrimientos han traído al pueblo argentino ni las peores violaciones a los derechos humanos”, ya que es “en la política económica de este gobierno” donde “debe buscarse no sólo la explicación de sus crímenes sino una atrocidad mayor que castiga a millones de seres humanos con la miseria planificada.”

 

Así, a solo un año del comienzo de la dictadura, Walsh pudo ver con claridad lo que todavía es difícil de reconocer para muchos. Comprendió que los genocidas que habían tomado a la nación por la fuerza, eran apenas el brazo armado de un poder económico que los necesitaba desesperadamente para poder barrer con todo tipo de oposición popular a la implementación de un modelo económico diametralmente opuesto al que se había desarrollado hasta ese entonces en la Argentina.

 

 

 

Hoy en día escuchamos muchas voces que pregonan por un fin de ciclo y un cambio de rumbo, sin embargo vale la pena recordar que el cambio más grande en materia de política económica que aconteció en nuestro país comenzó precisamente a partir de 1976. Cambios que esencialmente operaron por la eliminación de las bases estructurales que habían posibilitado una sociedad con un importante grado de integración, debido al alto nivel de equidad en la distribución del ingreso que se había conseguido desde la implementación del modelo de industrialización por sustitución de importaciones.

 

Como sostienen Diego Benítez y César Mónaco, los rasgos más sobresalientes de la transformación económica que llevó a cabo la dictadura fueron: una desindustrialización selectiva que condujo a una desocupación estructural y a un incremento en la precariedad laboral; una importante concentración del capital en pocos actores económicos; la hegemonía del capital financiero por sobre las actividades productivas; y un sustancial endeudamiento externo, vinculado estrechamente a un nuevo sistema de dominación.

 

El éxito de estas políticas radicó en la creación de un nuevo modelo de acumulación en manos del capital concentrado transnacional, que en unión con los nuevos acreedores externos conformó un bloque de poder disciplinante y distributivo que pervive hasta la actualidad. Dentro del campo social, se produjo un vasto proceso de reestructuración con el fin de fortalecer las bases de dominación, fragmentar el sector medio e individualizar las conductas sociales. Fundamentalmente, se tendió a la destrucción de las bases económicas de sustentación social mediante modificaciones que posibilitaron la descomposición y el surgimiento de nuevos grupos de trabajadores asalariados no obreros, de mayor precariedad y escaso poder organizativo, y por lo tanto, de mayor vulnerabilidad a las imposiciones del mercado.

 

En conclusión, fue a partir de 1976 cuando se generó un corte en la historia argentina que llevó a cambios políticos, económicos y sociales. En particular, las políticas económicas implementadas por la dictadura militar provocaron una transformación radical del esquema de funcionamiento de la economía argentina vigente desde 1930. Este nuevo modelo rentístico-financiero impuesto, denominado neoliberal, lamentablemente fue legitimado y profundizado por los sucesivos gobiernos democráticos hasta comienzos del siglo actual.

 

Recordar las nefastas consecuencias de estas políticas económicas, específicamente la exclusión y pauperización de amplios sectores de la sociedad así como el aumento de la concentración de la riqueza en pocas manos, es una obligación para todo aquel que enarbole la bandera de la Memoria y que desee comprender cabalmente los intereses ocultos detrás de las violaciones a los derechos humanos durante la última dictadura.

 

  
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